jueves, 22 de octubre de 2009

La única morocha


No es que me sintiera fuera de lugar. Desde luego que no era eso, pero nunca en los 8 años que llevo viviendo en este país había tenido un ataque de latinidad como el domigno 17 de octubre. Vivo en el sureste de Dallas, donde la población es mayormente hispana y donde me es muy fácil interactuar. Por razones que no viene al caso explicar, ese domingo tuve que ir al Norte de Dallas, a donde dicen los sociólogos, la fuerza hispana ha obligado a los blancos a trasladarse. Así que en ese sector mayormente blanco y donde según un amiga se encuentra el wal mart de los ricos, ( !Vaya noticia! y yo que creía que los Wal marts eran las tiendas más democráticas, ahora resulta que también tienen clases) me encontraba yo, con un vestido verde azulado y una cabellera negra y rizada que sin proponérmelo, destacaba entre el público de esa misa episcopal. Casi todos ( excepto por tres mujeres afroamericanas) eran rubios de ojos azules o verdes y yo sentada en medio de tanto gringo me sentía "mesmanete como la India María". Me aburría como perla dentro de la concha y para no reírme de toda la parafernalia de los episcopales pues me puse a contar borreguitos, pero me dio miedo dormirme; luego conté a todos los presentes, menos de 100 y miren que la iglesia era grande. Al fin me dio por observar al coro y tratar de adivinar quien desafinaba, pero se los juro captó mi atención el exagerado sombrero de una negra, era morado y grande muy grande.

Pero entonces me vi, tenía siete pulseras en un brazo y botas negras como mi pelo y un vestido verde azulado y un collar que contrastaba y todo el atuendo lo escogi casi sin pensar y entonces vi a las otras, a las gringas, con sus trajes sastres, sus cabellos como salidos del peluquero, colores beiges, tenues, aburridos pues.

Cuando la misa terminó y yo di Gracias a Dios por ello, fui al baño y me observé detenidamente en el espejo. No, no era mi color de piel lo que me hacía diferente, ni el color de mi vestuario, ni mis pulseras, era todo. Nunca me había sentido tan latina, es algo como que se lleva no sólo en la sangre, sino en la actitud.


Abur!


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