lunes, 5 de diciembre de 2011

El pan, la sal y la amistad



Me senté a sus mesas como si no hubieran pasado 12 años. Recordamos, reímos, nos confesamos todo y echamos el chal como si apenas ayer nuestros hijos fueran pequeños, pero la verdad es que los que no son adolescentes ya son adultos casados e independientes. Lo mejor fue constatar que el cariño está ahí, que la amistad, la verdadera, es de esas redes que se tejen con hilos irrompibles, hilos que no daña el tiempo, que no consume la distancia, que no se maltratan ni se erosionan y que ni la sal de mar ni la humedad debilitan.


Las vi iguales, a mis ojos estaban iguales, bellas, valientes, rebozantes de esperanzas y sueños, con ganas de hacer, de cambiar el mundo, de luchar por ser mejores seres humanos y llevar ese deseo a otras mujeres. Parece que perdimos a una en esta lucha, pero espero que no sea para siempre.

Marbella, idealista, apasionada por la política, segura de quien es y de sus origenes cocinó un Mucbilpollo delicioso, justo como lo recordaba, con espelón y todo. Compró una botella de Xtabentun que abrimos pero compartimos timidamente. El tiempo del destrampe estaba atrás, así que disfrutamos, pero no nos emborrachamos. Nos sentamos en su patio colonial, albergadas por la amenza de lluvia meridana, de esas que se sueltan el pelo un rato y luego desaparecen para dejar un aire limpio, aunque esa tarde se dio el gusto de quedarse algunas horas... y en el chal recortamos la vida de todos los que conocemos y conocíamos. No faltó la crítica encarnizada en contra de Felipe Calderón, ni la duda sobre Andrés Manuel ni el repaso rápido pero certero de la política yucateca.

Diana estaba como siempre, despistada pero intensa, fuerte, su alma de artista no la abandona. Está ahí participando pero sin arriesgarse, centrada en las formas, en los colores, en esa lucha interna que sostiene desde hace mucho tiempo por crecer pero sobre todo por creer.

Y esa tarde, un recuerdo llevaba al otro, una plática a otra, un comentario a una opinión y las horas fueron pocas, nada, un suspiro.

Al día siguiente vi a Silvia, amiga de otros lides, y me encantó constatar que su alegría no la rompe nadie, que lo mejor que tiene es ese optimismo a prueba de todo. Segura en sus opiniones y bella, como siempre, con esa boca suya llena de verdades, tantas que hasta un blog hizo. Nos reímos de mis faldas y sus novios, de mis exs y sus exs y de todo lo que nos ha unido a lo largo de tantos años.

Regresar a Mérida, aunque sea de vacaciones, es de esos premios que se dan no muy seguido y que una inmigrante como yo quiere ganar cuando menos una vez al año. Regresar a mi tierra a mis sabores y colores es como ganar la lotería, pero pasar tiempo con mis amigas, ver que entre nosotras todo sigue igual y que me quieren en la misma medida en que yo las quiero es mucho mejor, es saber que la solidaridad no es un invento, que la amistad existe de verdad, que las mujeres hacemos cadenas, que más que un buen amante es mejor una buena amiga, porque al menos ésta se queda ahí, aunque pasen los años, aunque los hijos crezcan, aunque nos salgan canas, nos sobren libras y aunque no nos emborrachemos... como antes.






Abur!