martes, 28 de septiembre de 2010

México Distrito Federal, México Distrito Federal


Así dice una de las acertadísimas canciones de Chava Flores, ese excelente compositor mexicano que supo retratar perfectamente la idiosincracia del chilango. No, para mi no despectivo el término y como muchos y muchas tampoco sé de dónde viene. Especulaciones hay muchas, certezas ninguna. Se les llama chilangos y ese mote ha sido objeto de burlas, chistes, respeto, historias, cuentos, novelas, calcomanías, en fin.

Respirar el DF es respirar vida, movimiento, color, luz, polusión, orgullo, pero también es llevarse por dentro una desolación y una tristeza, al ver esos miles de miles de rostros que parecen gravitar dentro de un enorme mounstro que los consume de a poco o se los traga del todo. A los primeros, el susto de saberse devorados los mantiene con los ojos abiertos, expectantes al acecho de lo que venga para sobrevivir otro día, otras horas. Los segundos saben que perdieron la batalla y deambulan como fantasmas sin interferir, sin molestar sin hacer ruido casi.

Ahí estaba la niña de 13 años frente al Centro Cultural José Martí, mangas del uniforme escolar remangadas y mandil al frente, resignada a tortear el maíz para hacer las quesadillas de pollo, de flor de calabza, de huitlacohce; mientras la juventud y la vida amenzan con desbordarla, ella permanece serena, absoluta y hasta parece decidida a ganarle la batalla a la vida y segura de que saldrá con la suya y que el futuro será de ella, aunque ese futuro sea un embarazo temprano y un cuasi motrimonio fracasado antes de nacer siquiera.

Y después el metro, largo con sus ahora casi 12 líneas, arrebatador, impactante. La aventura de recorrer sus túneles siempre es recomendable por las curiosidades que una encuentra: Un conjunto de invidentes cantando en inglés canciones de Whitney Houston por el precio que usted quiera cooperar, una exposición en el metro Pino Suárez de "Los rostros del metro" donde están perfectamente fotografiados casi todos los sentimientos, el orgullo, la desesperanza. el amor, la tristeza, el dolor, la alegría pero todos son anónimos, nadie los ve, nadie se percata de ellos porque todos llevan en sus mentes la siguiente estación, encontrar un asiento o que ese sea su día de suerte y su vida cambie para siempre.

Entonces, al adentrarse en los vagones la cotidianediad de muchos se vuelve azoro en otros o sorpresa mal dismiulada en los turistas porque el vagon se convierte de pronto en mercado, farmacia, discoteca, papelería, librería. Los vendedores recorren el metro como Juan por su casa ofreciendo de todo, las pastillas de Eucalipto para la tos, el cd con más de 200 canciones de moda, todas pirateadas, el libro con las tareas escolares ya resueltas para que el padre, la madre no batalle con sus hijos, la cubierta de plástico para sus documentos importantes o 10 plumas para que nunca se quede sin tinta y firme las escrituras de su casa y todo, todo cuesta 10 pesos.

Sí, México es grande, surrealista, anónimo. México DF es un mosaico maravilloso de pasiones contenidas por la tragedia cotidiana. Ahí hay de todo y no hay nada pero queda claro que 22 millones de personas respiran dentro de un mounstro inacabable, resistente o inmortal hasta ahora, hasta el momento en que alguien al fin despierte y grite su grito arrastre consigo las almas de todos los que se nieguen a morir devorados por su incomprensión.



Abur!


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