domingo, 27 de marzo de 2011

The simple things


Llevo 10 años, casi, en este país. Llegué como todos los inmigrantes, sin nada y con todo. Atrás se quedaron cosas valiosas, importantes y muchos sueños. Nunca, en ninguna de mis pesadillas me vi como inmigrante. Pero Dios es bueno y siempre me salva, siempre. No importa como venga la tormenta, él me pone a buen resguardo. Creo que me salvo cuando me trajo aqui, porque cuando veo lo que le pasa a México y como viven en mi país, el corazón se me atora, se paraliza por segundos. Quiero hacer algo pero ¿qué? Cómo puedo luchar ante lo que no conozco, ¿cómo puedo hacer para que millones de mexicanos despierten y griten !basta! y hagan algo por ellos mismos? No sé, no tengo idea. Por eso a veces me escapo, a veces decido pensar en las cosas simples, las sencillas, las que me dan placer, felicidad, alegría momentánea. Y vienen los recuerdos como avalancha y me atrofian los sentimientos, me compran, me seducen. Recuerdos de cuandoe estaba en mi país, en ese que era poesía pura, que era libertad, que era... porque ahora ya no es ni la sombra.

Un recuerdo bello y simple. Cuando vivía en Mérida me gustaba el verano por muchas razones, la principal la ciudad se quedaba un poco sola, muchos meridanos se iban a la playa a pasar dos meses allá y si no tenías casa en Progreso o donde fuera, pues te arrejuntabas con alguien, entonces Mérida me pertencía un poco más, me tocaba más de ella. Pero sobre todo me gustaba el verano por el agua de pithaya que se podía tomar sólo en esa temporada, la fruta machacada con limón y azúcar ( de la verdadera, de la blanca, blanca) en un vaso con agua y hielo. Que delicia por Dios. Aqui ni siquiera conocen la fruta, la que hay la consigues en Los Angeles, en el mercado Chino, viene de Asia y la llaman Dragón Fruit. Cuando vivía en Ciudad del Carmen Campeche, recuerdo que caminaba hasta la plaza principal y a un costado en una de las calles se ponía un vendedor ambulante que preparaba licuados de platano frente a ti y donas azucaradas calientitas. Todo era tan rico en medio de esa isla. Otro de mis recuerdos favoritos era regresar de Campeche a Mérida a la hora del atardecer. No hay valor para esa maravilla, el Sol cayendo, dándole al cielo un color y una belleza indescriptible. Manejar teniendo a tu derecha esa escenografía mientras escuchabas la Novena Sinfonía de Bethoven era algo para agradecer.

Otro de mis recuerdos, es el sabor de la leche natural en Saltillo, tomar un vaso cada mañana o comer elotes recién cosechados en la montaña de Artega, Coahuila ( parte de la Sierra Madre) o dormir acampando en alguno de sus claros. Sentarte en la pirámide de las 7 muñecas en Dzibichaltún, quemarte la piel por el Sol tan fuerte del verano en una playa yucateca y disfrutar ese ardor y esa rascadera que te daba después, o simplemente que te dieran las tantas de la madrugada con tus amigos, platicando de nada y de todo, arreglando el mundo, como decíamos.

Todo eso se quedó allá, es parte de una vida que ya no tengo, bueno , la tengo en mis recuerdos y eso hay que agradecerlo.

Ahora me quedan pocos placeres acá y hay uno al que no renuncio: A tomar un vaso de jugo de naranja natural cada mañana. A mi no me vengan con imitaciones, ni me digan que el Florida o el que sea, si está en caja o envase no es jugo de naranja natural y aunque los he probado nunca he comprado alguno. Por eso cuando quiero volver a lo mío, cuando quiero sentir que tengo derecho al mundo, me escapo a mi pequeño paraíso y me preparo un jugo de naranja. A mi no me venden la felicidad en una caja de cartón yo me la agencio... !Cómo debe ser!.

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