jueves, 2 de agosto de 2012

Una muñeca en pedazos







No tengo un recuerdo preciso como que haya sido el primero, son más bien imágenes que asaltan mi mente. El día de su boda, cuando estaba embarazada, cuando más joven compraba elotes para todos o ya más tarde cuando era madre de uno, luego de dos. No sé, no puedo decir este es el primero, pero todos los recuerdos de ella son vívidos, claros, nítidos y absolutamente reales. Elisa, era su nombre, fue la primogénita de la familia y la que en la lotería de los nombres recibió a mi gusto el más femenino, el más musical. Nosotras fuimos 8 mujeres y un hombre al que apodaban La Chiripa. Elisa llegó a la familia primero que todas, no puedo decir que era seria, pero si diferente. Tenía una simpleza para ver la vida y las cosas de la vida que me daba envidia, con decirles que su cantante favorita era Paquita la del Barrio. Para que complicarse la vida con las letras sesudas de Sabina, si se puede decir casi lo mismo con un “Me estás oyendo inútil”.
La situación económica en el Monterrey de los sesentas era casi la misma que ahora, había que trabajar para comer y los salarios para obreros o empleadas de almacén no eran para nada holgados, sobre todo si provenías de una familia grande, como la nuestra. En casa mi padre trabajaba todo lo que podía pero alimentar nueve bocas creo que no era enchílame otra; por ello, creo, Elisa empezó a trabajar muy joven. No sé si antes de este que voy a mencionar tuvo otro empleo, pero recuerdo que por varios años fue empleada de Arcesa, Plásticos, Arcesa, era el nombre de la empresa, ya saben en Monterrey somos los reyes del plástico, además del cabrito, claro está. ¿Qué hacían en esa fábrica?, no sé qué tanto, pero de que hacían peines, cepillos, cuerdas para brincar, máscaras de Batman ( que ahora se rematan en ebay como vintage) y muñecas no me cabe la menor duda. Supongo que mi hermana trabajaba en un horario de negros, o para ponerlo en contexto, de mexicano ilegal en USA. No recuerdo haberla visto entre los días de semana, se iba temprano y regresaba tal vez cuando yo ya estaba dormida, pero para desquitarnos de eso teníamos el sábado, el glorioso sábado. Elisa llegaba poco después del mediodía, comía con nosotros en la gran mesa de fórmica café que estaba en el cocina-comedor de la casa, ocupando el segundo cuarto, en un vivienda de cuartos seguidos. Ahí comenzaba la fiesta y entonces después de comer abría su bolsa y era el momento más esperado por las pequeñas:. Mi hermana Mercedes y yo. Elisa hacía aparecer un peine nuevo, algún cepillo o unos aretes de plástico, cualquier baratija que hubiera podido sacar de la fábrica donde era obrera Muchos de esos artículos estaban defectuosos, chuecos con remanentes de plástico en algún área. Aún me parece verla, delgada, morena, con el pelo peinado alto, zapatos cuadrados de tacón bajo, aretes grandes sesenteros pues. Una tarde de esos gloriosos sábados ella me llamó aparte y me dijo: “Esto es para ti, guárdalo bien”. Casi pego un brinco del susto porque me estaba entregando una pierna, de plástico, pero una pierna al fin, la traía envuelta en papel de estraza. El siguiente sábado me entregó un brazo, luego el torso, luego la otra pierna. Cada sábado una parte diferente hasta que teníamos el cuerpo casi completo porque faltaba la cabeza. Un mañana de sábado fue hasta mi cama antes de irse a trabajar y me preguntó: La quieres rubia o morena, qué le pregunté entre sueños, sonrió y dijo La muñeca pues que va ser, la que estamos haciendo, la quieres rubia o morena, dime porque hoy me voy a robar la cabeza. Morena, le dije, como yo. Ese día estuve desesperada ya quería ver la obra completa, había esperado más de un mes para tener mi primera muñeca y quería vestirla y arrullarla en fin, quería ver su cara. Cuando mi hermana llegó al fin, sacó de su bolsa otro objeto pero no la cabeza, me vio a la cara y me dijo “El supervisor nunca se descuidó y no pude robarme la cabeza”; mientras tanto mi descabezada muñeca yacía en un rincón de la recámara de mis padres hasta que finalmente luego de dos semanas llegó al fin la cabeza. Mi hermana y yo se la colocamos con mucho cuidado, como si hubiéramos esculpido esa obra.  Lo siento dijo, hubo un pedido muy grande y no había ni morenas ni  rubias, sólo cabezas de bebés, pero no te apures en la primera oportunidad te traigo otra cabeza. Tal vez lo hizo, no lo recuerdo, sólo sé que el bebé aquel al que vestimos con un mameluco azul anduvo mucho tiempo de mi mano, pero no me gustaba, no me gustaba en lo absoluto. Tampoco sé si este episodio desarrolló en mi esta aversión hacia las muñecas, nunca me han gustado ni las que después sacaron como muy de moda y que todas las niñas de mi tiempo querían tener, las que caminaban. Por mi bien podían no darme ninguna, yo quería un juego de química, un espirógrafo, lo que fuera menos una muñeca.  Lo que sí sé es que Elisa era fantástica me tuvo en suspeso “muñequil” por meses, se arriesgó a perder su trabajo sólo por regalarme una muñeca completa, la primera que tuve y que pese a que no era ni rubia ni morena, era mía y me la habían dado con mucho amor y con la felicidad que sólo sienten los que son generosos de corazón.


Abur!





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