martes, 31 de julio de 2012

De músico poeta y loco...

Le he dado vueltas al asunto por más de una semana, reviso y reviso los hechos en mi mente y sigo sin entender cómo es que terminé en la unidad de psiquiatría del Parkland  Hospital. ¿Alguna idea? Ya sé,  más de uno de entre los que me conocen dirán con una amplia sonrisa que ese es el sitio en el que debo estar permanentemente, tal vez, pero no les voy a dar el gusto. Una joven mujer a quien conozco de apenas unos meses me dijo hoy que mi vida era de novela, que debería escribir mis aventuras y sería un éxito, tal vez,  pero su comentario me llevó a recordar a una querida amiga meridana que suele decirme lo mismo, o lo que dice mi sobrina Verónica:  “ Ay Lucía lo que no te pase a ti “.  Hace mucho me di una explicación al respecto.  Me pasan cosas porque me expongo, porque vivo, porque me intereso en las cosas, porque trato de hacer algo con mi vida, porque no me quedo viendo pasar la vida frente a mi ventana.  He tomado decisiones malas, claro, muchas, un montón, soy ingenua, atrabancada, desesperada, en fin tengo un montón de defectos, pero nada, nada me llevó a pensar que alguna vez terminaría sentada en una clínica psiquiátrica en medio de 8 loquitos de atar. El martes 24 legué a la cita que tenía con mi doctora, puntual, ella es de algún país de Africa, son tantos y pronuncian el inglés con un acento tan extraño a mis oídos, que nunca sé, aunque me  digan de dónde son. Hay muchos africanos trabajando en el Parkand Hospital, el gobierno de este país, contario  a lo que hace con México va y  les ofrece visas de trabajo, seleccionan a los mejor portados y los traen a vivir el sueño americano. Bien,  fui a la cita,  iba a ponerme una dosis de B12, un vitamina que mi cuerpo no procesa bien a raíz de una operación añeja. Debo pues ponerme mil miligramos cada mes. La ausencia de B12, me dice la doctora, debe hacerme sentir, deprimida y falta de energía. Casi ninguna de las dos cosas me ocurre. Más bien creo que soy hiperactiva. Bueno, por problemas personales tuve que deshacerme  de mis libros, cambiarme a un depa, empezar de nuevo y confieso que sí, la situación que vivo me estaba deprimiendo un poco, así que se lo comenté a la doctora Falola, así se apellida. Ella se ofreció de inmediato a darme antidepresivos y le contesté con un rotundo NO. Creo que la medicina alópata, los fármacos, los químicos, te arreglan una cosa pero te descomponen otra. Me sugirió que debería tomarlos  por x razones. L e dije que prefería que me refiriera a un psicólogo, para tomar terapia, que era mejor para mi hablar con alguien de mis “broncas”. Ella sacó unos papeles del escritorio que iba llenando  para luego abrir otros más en la compu  mientras me preguntaba cosas como  “¿Tienes alucinaciones? ¿ves cosas? ¿Oyes voces, hablas sola? ¿Has pensado alguna vez en suicidarte?  A todo había contestado que no, pero en esa pregunta de has pensado alguna vez,  le dije que sí, que  como todo el mundo muchas veces tienes problemas tan grandes que quieres morir. Entonces ella preguntó que si tenía planes y le dije que  sí,  que muchos. Claro tengo unas vacaciones en puerta, una presentación de mi monólogo en un Festival de Teatro aquí en el LCC, quiero ir a Londres el próximo año, espero ser abuela, tengo muchos muchos  planes, pensé para mi, pero no se los iba a detallar a la doctora todos. Ella me miró compasiva y me mandó al laboratorio para que tomaran la muestra de sangre y a que me pusieran la inyección de B12. Cuando regresé al consultorio, un policía vietnamita estaba ahí, con mi bolsa en sus manos y sonriendo me preguntó que si estaba lista. ¿Lista? ¿lista para qué? Pregunté  con sorpresa. Debo escoltarla al  hospital, es lo que procede. Por qué, le pregunté a la doctora y ella con su voz compasiva dijo “No quiero que te pase nada. Te conozco, sé todo o que haces y quiero estar segura que vas a estar bien”. “Estoy bien”, le dije.  Tengo que ir a dar una clase de teatro infantil, tengo un almuerzo de negocios con un productor mexicano que está interesado en una de mis ideas y por la tarde tengo que ir a mi trabajo. “Todo eso puede esperar. Lo  más importante es tu salud y que estés bien”. Créanme , he visto suficientes películas americanas para saber que cuando eso pasa lo mejor  es no protestar. Así que me subí a la patrulla sin chistar.  Llegamos al hospital no sin haber  escuchado un discurso compasivo, del policía, quien me conminaba a no quitarme la vida. Le dije que no haría una cosa así,  que estaba bien. Su respuesta fue: Sí, así dicen todos y luego se suicidan. En el hospital confiscaron todas mis pertenencias, no podía llamar a nadie y me quitaron todos mis accesorios, me enfundaron en una bata verde y pusieron a una enfermera a cuidarme. Eran las 9 de la mañana cuando llegamos ahí.   Durante tres horas nadie habló conmigo, me ofrecieron algo de comer y dije que no. No sabía que iba a pasar, sólo me pidieron paciencia por qué no tenían cupo, ¿en dónde?, peguntaba yo, cupo en dónde. En la unidad de psiquiatría, contestaron al fin. A las 12 con 32 minutos entré finalmente a psiquiatría, vuélvete a desnudar, ponte una bata verde y otra más encima. Me llevaron a un cuarto grande con varias salas de exámen pequeñas y en el cuarto grade había 8 sofás que se hacían cama, si lo deseadas. Cada cama tenía un ocupante.  Por primera vez en mi vida me sentí aterrada, Cada vez que decía algo a la enfermera, algo como tengo que salir de aquí, debo ir a trabajar a las 3 y te juro que no me voy a suicidar. La respuesta era la misma:  Sí así dicen todos. Que no lo van a hacer.  Mi mente estaba a mil, si lloraba, me decía,  me van a dar un tranquilizante; si gritaba, me podía pasar lo mismo y lo único que hice fue estar sentada por horas (casi cinco)  sin decir nada, excepto cuando dos de los jóvenes ahí  recluídos  empezaron a contarme sus historias. Historias fascinantes, como la de Gabriel, quien estaba ahí porque un día antes, mientras esperaba su vuelo de regreso a Puerto Rico insultó a una señora que le daba comida chatarra a su hijo de dos años. Como el marido de ésta no la defendía de sus insultos, él empezó a golpearse en defensa de la mujer.  Luego se agarraba la bata por un costado y levantaba la otra mano y decía que era Julio César. Luego detenía el paso  de la enfermera y le decía cosas como  “Tu pintaste mi alma con el pincel de la honestidad cuando sonreíste” y la enfermera ponía una cara de loca.  Empecé a relajarme y a tomarme las cosas con calma. Casi a las cinco el Dr. Chang me evaluó y tras 15 minutos me dio de alta. Cuando salía del consultorio me dijo que necesitaba el teléfono de algún familiar para llamarle. Le dije que no tenía  a nadie y que los teléfonos de mis amigos estaban en mi celular, intentaba que me lo devolvieran, entonces, los dos jóvenes que estaban ahí con quienes había platicado antes se pusieron de pie y gritaron: Nosotros somos sus sobrinos, ella si tiene familiares aquí. Eso me hizo reír, al menos dije hay buenos corazones. El Dr. Chang mandó  al trabajador social quien me dio mi alta de normalidad y me pidió disculpas porque dijo que  e un error frecuente cuando formulaban mal la pregunta de si has pensado en el suicidio. Salí casi a las seis de la tarde. Cuando dos días después le platicaba a una compañera sobre lo que había pasado se rio mucho y me dijo, seguro fuiste con Falola, no te preocupes no eres la única ya lo ha hecho antes a otras compañeras. ¿Que  me quedaba? Reírme de lo que me pasó o contar la experiencia en un blog. Nunca, cuando vayan al doctor en Texas digan que han pensado en suicidarse, el protocolo  de  la ley dice que se debe proteger al suicida de sí mismo y hay que recluírlo bajo vigilancia, exactamente lo que hicieron conmigo.  Lo bueno de la experiencia es que ahora tengo un papel que dice que "soy normal" y que nonecesito terapia ni nada de eso, lo  aclaro sólo para aquéllos que como dije al principio piensan que la clínica psiquiatrica es el sitio en el que debo estar.

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