sábado, 25 de junio de 2011

Un hijo por una bandera






Esta vida de trotamundos que me cargo me ha impedido quedarme lo suficiente en las ciudades como para asisitr a bodas y funerales en calidad de invitada. Es decir, nunca enraizo lo suficiente para ser parte de esos dos eventos de otros, que no sean de mi familia. Creo (aunque conservo la esperanza de que no) que Dallas es mi última parada, hace poco me invitaron a una boda a la que no pude asisitr y ayer fui a un funeral, a uno muy de película. Desde hace algunos años mi hermano tiene una "girlfriend" (lo siento, no encuentro una palabra más adecuada, porque novia no se aplica) que no puede ser más gringa: Alta, delgada, rubia, divorciada y madre de dos hijos. La conozco porque hemos convivido en las fiestas Día de Gracias, Navidad, cenas de cumples, en fin. Charlotte se llama y es una buena mujer, trabajadora, eficiente, seria y responsable. Siempre que convivíamos hablabamos de los hijos y ella se mostraba particularmente orgullosa de su hijo mayor Gleen Michael, enlistado en el Army desde hace varios años. Tenía decía ella, "un buen futuro ahí". Su hijo estaba en alguna de las guerras que por ahora libra este país aunque no sé exactamente en cual. El caso es que hace 10 días más o menos, ella recibió la visita de El Mensajero, ese oficial del Army encargado de ir a la casa del fallecido y darle la noticia a los padres o la esposa según el caso de que el soldado ha muerto en combate.

La primera reacción de Charlotte fue no creerlo, estuvo en la negación todo lo que pudo hasta que fue necesario hacerse carego de los arreglos, la llegada del cuerpo, el traslado, el funeral. Ayer fue. Hamilton fue el escenario, un pubelo justo en el centro de Texas, caliente, seco y muy muy texano.

La palabra para describir el funeral, una: impresionante.

Una veintena de motociclistas hacían guardia afuera de la funeraria, junto a ellos, cuatro adultos mayores vistiendo elegantes uniformes tenían una mano en el corazón y en la otra una bandera. Mas de 80 vehículos fueron parte del cortejo desde las funeraria hasta el cementerio Live Oak. En el trayecto que incluía atravesar casi todo el pueblo de 3 mil habitantes, por lo menos 500 salieron a rendir honores. Los bomberos montaron una guardia de honor, camiones incluídos; los policías también. Los trabajadores que levantaban un edificio cerca de la funeraria suspendieron su labores para saludar y hacer una valla. Los empleados salieron de los bancos, las tiendas, los talleres y se sumaron a los honores. La plaza principal estaba llena de banderas y en cada casa de las afueras del pueblo, los moradores estacionaron sus autos donde colocaban banderas y ellos a un lado haciendo el saludo de honor. El calor de 100 grados no les impidió ser parte del triste decorado. LLegar la cementerio en medio de la nada en el paisaje texano era sencillo si se seguía el rastro del cortejo, canal de televisión incluído en él. Luego vino la ceremonia solemnísima de trasladar el féretro mientras marchaban y disparar los rifles, sonar las campana, y doblar la bandera, ese doblado perfecto en el que sólo las estrellas deben mostrarse. Después de la inspección del doblado realizada por dos oficiales el de más alto rango se acercó a Charlotte para entregársela y cuando la recibió la abrazó con mucha fuerza como imagino, hubiera deseado abrazar a su hijo. Pensé que Gleen Michale tenía menos de 25 años y se murió lejos de los suyos. Pensé entonces que nunca, no matter what, voy a estar de acuerdo con una guerra y que la tristeza que vi hoy en la cara de Charlotte no se la va a borrar ninguna bandera por más estrellas que tenga.


Abur!


1 comentario:

  1. Impactante... y totalmente de acuerdo contra las guerras, pero desafortunadamente creo que muchos estadounidenses piensn lo contrario

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